En esta tarde nublada de calor intenso, los recuerdos agradables y felices de mi infancia han de acudir a mi mente, y casi sin darme cuenta he comenzado a plasmarlos en el papel, no es un libro el que quiero escribir, tan solo unos pasajes de mi infancia feliz y placentera.
Nacida en la ciudad de Chihuahua capital, me crié sin embargo en el Distrito Federal, por aquel entonces una ciudad tranquila de un cielo azul transparente.
Habitábamos en un departamento en el Centro Histórico de México, era la calle de Venezuela # 18 justo enfrente de la Secretaria de Educación Pública, y a unos pocos metros del edificio que ocupaba la Escuela de medicina.
Era el Templo de Santo Domingo hermoso y antiguo donde yo hice mi primera comunión, el lugar donde pasábamos alegres las tardes de catecismo.
Recuerdo con alegría cuando íbamos a visitar a la hermana mayor de mi mamá, mi tía Lupe, pues como ella vivía en la avenida de los Insurgentes 1325, era para nosotros una aventura ir hasta allá en el tranvía.
Avenida Insurgentes, tan hermosa y larga, en aquel tiempo tan llena de arboles, con su camellón lleno de flores y pasto y en donde aún había a sus costados sembradíos de maíz.
Yo era pequeña, tenia 8 años, pero nuestro mayor placer era irnos corriendo por el camellón hasta San Ángel, llegar al monumento de Alvaro Obregón y ascender su escalinata y después de asomarnos a sus restos, salir y resbalarnos por la balaústrada de piedra que había a los lados de la escalinata, no sentíamos miedo, ni se nos ocurría pensar en que pudiéramos sufrir accidente alguno.
Oh vida tranquila, no había el temor de ser secuestrado, podíamos andar por nuestras calles sin temor a que alguien quisiera hacernos daño.
Desde tan tierna edad íbamos a Coyoacán a visitar sus viveros, o tan solo a comer la tan famosa nieve que allá hacían, cuantas veces fuimos al Bosque de Chapultepec, a Xochimilco, a Contreras íbamos de día de campo, y metíamos nuestros piecitos en las heladas aguas de la corriente que baja del Cerro del Ajusco.
Gozo por unos momentos con mis dulces recuerdos y al volver a la realidad, me pregunto si valió la pena que con los adelantos y los eventos que han ido surgiendo através de los años, hallamos perdido la paz, la belleza y la seguridad que gozábamos en aquel tiempo.
Por aquellos tiempos no teníamos puertas y ventanas enrejadas, estas podían quedarse abiertas sin llave y ni quien entrara a ellas.
Pienso, medito y no me queda más remedio que admitir que en esta vida todo es según el cristal con que se mira.
Magdalena V. M.
Nacida en la ciudad de Chihuahua capital, me crié sin embargo en el Distrito Federal, por aquel entonces una ciudad tranquila de un cielo azul transparente.
Habitábamos en un departamento en el Centro Histórico de México, era la calle de Venezuela # 18 justo enfrente de la Secretaria de Educación Pública, y a unos pocos metros del edificio que ocupaba la Escuela de medicina.
Era el Templo de Santo Domingo hermoso y antiguo donde yo hice mi primera comunión, el lugar donde pasábamos alegres las tardes de catecismo.
Recuerdo con alegría cuando íbamos a visitar a la hermana mayor de mi mamá, mi tía Lupe, pues como ella vivía en la avenida de los Insurgentes 1325, era para nosotros una aventura ir hasta allá en el tranvía.
Avenida Insurgentes, tan hermosa y larga, en aquel tiempo tan llena de arboles, con su camellón lleno de flores y pasto y en donde aún había a sus costados sembradíos de maíz.
Yo era pequeña, tenia 8 años, pero nuestro mayor placer era irnos corriendo por el camellón hasta San Ángel, llegar al monumento de Alvaro Obregón y ascender su escalinata y después de asomarnos a sus restos, salir y resbalarnos por la balaústrada de piedra que había a los lados de la escalinata, no sentíamos miedo, ni se nos ocurría pensar en que pudiéramos sufrir accidente alguno.
Oh vida tranquila, no había el temor de ser secuestrado, podíamos andar por nuestras calles sin temor a que alguien quisiera hacernos daño.
Desde tan tierna edad íbamos a Coyoacán a visitar sus viveros, o tan solo a comer la tan famosa nieve que allá hacían, cuantas veces fuimos al Bosque de Chapultepec, a Xochimilco, a Contreras íbamos de día de campo, y metíamos nuestros piecitos en las heladas aguas de la corriente que baja del Cerro del Ajusco.
Gozo por unos momentos con mis dulces recuerdos y al volver a la realidad, me pregunto si valió la pena que con los adelantos y los eventos que han ido surgiendo através de los años, hallamos perdido la paz, la belleza y la seguridad que gozábamos en aquel tiempo.
Por aquellos tiempos no teníamos puertas y ventanas enrejadas, estas podían quedarse abiertas sin llave y ni quien entrara a ellas.
Pienso, medito y no me queda más remedio que admitir que en esta vida todo es según el cristal con que se mira.
Magdalena V. M.
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